jueves, 19 de diciembre de 2013

Primo Veneno

Imaginé,
(imagino)

a una mujer vendiendo polvo de chile, limones jugosos como ningunos y cilantro,
sentada en la vereda del mercado. Un hombre del sindicato pasa y la mira feo
porque no paga impuestos, no tiene un puesto como la gente decente, no porta sus documentos. Adentro el cerdo cotiza alto, entre más tierno venga se paga más caro. Nada
como un grupo de humanos congregados para decirle a otros
que no se pueden juntar con extraños.
El niño llora porque tiene hambre, tiene sueño y quiere jugar

pero su madre está cansada y le pide que duerma.
Ella permanece despierta

esperando que pase algo cuando pase la tormenta, recordar una cita sin estar evocándola ya en vano, una palabra que cubra el ancho
del ser amado, una voz que dice Duérmete,
niño, duérmete ya,

me estás volviendo loca, 
imagino seres en la oscuridad
y aparecen,
se llevan a mis hijos, se los llevan a ustedes y se quedan ellos.

Nos separamos.
Desayunan con palos los lunes, los usan para golpear las rejas, las hacen sonar y gritan.
Duérmanse ya, grita el policía, la madre, la enfermera,
díganle a papá que vuelva pronto, por ustedes, que compre leche.
Mi niño enfermo, dulce, hablan de nosotros en la tele
dicen que tenemos miedo

y pienso en el miedo, siento
miedo, crece
nunca
se va,
el miedo.

Crece mi vientre lleno de veneno. Crece el veneno que creo.
Son limpios los cerdos, se comen todo, les dan excremento. Son buenos.
Enciende la vela, hermana, tía, abuela, que se ha ido la luz eléctrica y no pueden vernos, no ven que estamos aquí con el ruido de las hélices, bajo la lluvia de estrellas crece

un bulto en tu pecho, mi niño, un bulto en nuestras orejas, un bulto
grande
me creció entre las piernas. Me hice hombre, papá,
por favor háblame,
regresa,
deja abierta la puerta
y cántame
para que deje de llorar
cuéntame una historia sobre ángeles, sobre el cielo,
que no se coman mi mierda,

que no recorten tus alas,
que no renazcas, pájaro de fuego, de tus cenizas,
ya no caben más alas en el caldero.
Del polvo de nuestro pueblo que no queden restos, ni voces apagadas
ningún latido sordo,
éste, u otro.
Acércate...
duerme.
Más lejos duele más.

martes, 24 de septiembre de 2013

Todos vuelvan

Un pedazo de masa se desarrolla en mi garganta. Está a mitad de camino entre lo que quiero decir, lo que me he fumado y masticado en estos días y en todos estos años, un año nuevo marcado por la ausencia de gracia, y la gracia que todolo entrega. Las cosas que soban y las que se meten en la casa, todos estos juegos de llaves metidas en argollas que evocan los pañuelos de todas mis primas y de las abuelas, un tejido de algodón color de rosa, de azúcar, Lucía y Julieta. Esos nombres juntos para siempre en la ciudad de Babel, donde todos se encuentran entre las distintas palabras y músicas, conociendo todos los lenguajes al mismo tiempo, bibliotecas vivas de mambo y música de los noventas, la década en la que nuestros amigos nacieron a las trompetas subtropicales, las moléculas subatómicas, los comportamientos de las distintas sales, de todo el plomo que nos comimos alrededor de nuestros combustibles y nuestros vehículos, todo este humo quemadándose y nadie que sepa cómo se cierra la canilla del gas, dónde carajos quedó sepultada bajo todo este cemento. Una tira, una historieta enorme de palabras que dibujan las imágenes de un circo de mujeres pequeñas con grandes pectorales, la lengua lastimada y un poco de saliva en las heridas, la miel del cuerpo inerte, de todo lo que se le pega cuando escuchamos las sirenas y tienen dientes y escamas como plumas, tener semillas y regalarlas, lentejas en cuencos tirando raíces porque están cargadas de un jugo blanco y si tomaras un vaso de eso tal vez podrías morir con sólo, apenas, tocarlo con tus papilas. Como una púa de vida en la punta del cuchillo, una manifestación del veneno que concentra los poderes creativos, la potencia del oscuro y la del blanco, la luz infrarroja que quema los negros. Juegos continuos de colores y texturas desfilan ante nuestros cerebros llenos, hay algo de panfleto, de lo que entre todos dicen, eso que se data comoformando filas o pilas, cadenas enteras de manifiestos estares, qué postura ante la máquina como tirada en el suelo, con el pelo largo y despeinado en el living de tu casa o de la casa de tus viejos, la casa vieja en la que estaban esas personas sentadas en el patio al fondo de un pasillo de ladrillo visto sobre el que trepan los tallos de hiedra. Me voy a ir a dar un baño, como para dar otra vuelta.
Aquí volví, dicen en provincia.
Vino un chico a la pieza y me sirvió más cerveza. Es martes a la noche. Volví de la Casa 13, fumé marihuana y tuve miedo de la cana, me puse una gorra y los tacos fluorescentes. Hay un cienpiés en mi cabeza, no es de goma ni de seda, su larga cola gris se asemeja a la de una muñeca sin cabeza.
A mí también me duele el pecho, no me duele diario, pero puedo sentir como se afilan mis huesos, sus puntas se proyectan hacia la enormidad de mi vaso de cerveza. Los 30 se celebran. Al gato le gusta que yo juegue con los dedos, que peguen sobre el tapete, su cola se mueve y los bigotes se le hacen para adelante como antenas, hace una mueca. Tal vez vuelva.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Carta a los muertos I

Si están ahí y pueden escucharme, aquí es donde podrán encontrarme. He apagado las luces y encendido las velas, el único fuego que nunca me ha traicionado. Afuera las personas chocan en sus vehículos y un par de individuos discuten aún, a gritos, desde la noche anterior a ésta.
Me colgué y pensé que hoy ya había pasado y que era mañana, aunque ya es ese mañana del que ahora hablo, al menos aquí en la tierra de los hombres de cuero. Estamos bien, aunque un poco apretados dentro de nosotros mismos. La piel sólo se estira en la medida que podemos alimentarnos en exceso y suele ser poco sentador además de malo para la salud y tampoco ayuda mucho a acomodarse del todo; entre más espacio se ocupa menos capacidad de movimiento resulta de ello.
Ayer lloré por ustedes. Lloré por mí, porque los extrañaba y por las cosas que se fueron.


martes, 20 de agosto de 2013

Diario de Casa 13, Cinética de la percepción

Qué suerte que tengo de que exista el lugar común, el rincón quieto, el sitio donde podramos hallar un refugio cuando tengamos frío, hambre, miedo o no tengamos dinero. ¿Cuánto cuesta un día más de estar vivo? ¿Cuánto es lo que dices que te debo? ¿Cuándo te cansarás de enumerar todo lo que me es ajeno?
El living quedó limpio. Por mi parte hay una pieza lista, son paquetes rellenos de folletos instrascendentes; no estoy diciendo que lo que anuncian no hubiera tenido importancia, sólo su información ahora, tras el paso del tiempo, pareciera que todo lo que dicen ya lo sabemos.

Encontré muchas revistas y la colección completa del poemario Troquel, un libro enorme, lo dejé sobre la mesa del living, quizá lo tenga que volver a meter al mueble.
Después de mirar todos esos folletos, catálogos, propagandas, invitaciones, quedé descompuesta. La información cuando la obra està ausente es sólo el ego que queda, incluso algunas impresiones con fotos de obra plástica, las rescata su estampa, una imagen que podría tomar otro lugar humilde, un lugar gustoso en alguna otra parte. Si no, podría hacerse un muestrario, sobres llenos de reproducciones, practicar el arte del reciclado.
Es por eso que éste es un proyecto a largo plazo, porque hoy nada más me quedan ganas de llenar este diario.
Habrá que ver qué queda al final, hacer con ello un collage, un encuadernado. Por suerte los pibes tienen pilas. Creemos con certeza que es este y no otro nuestro trabajo.
El comedor está muy despelotado pero algunas cosas ya tienen su espacio, ojalà todos corrièramos con la misma suerte, ojalá el mundo no sea un lugar definitivo.
Deseo el vacío.