domingo, 16 de septiembre de 2012

Día de independencia


Llovía tanto que nadie lo podía creer. La plancha enorme, atascada de gente. Luces robóticas instaladas desde los ángulos más fríamente calculados para que los ojos lectores de las lentes no vean nada más que los reflejos verdes y sangrientos, los flashes inacabados, las voces sepultadas de la tormenta y los millones de muertos que yacen ahí, bajo la planta de tu pie.
Maravilla Martínez mantuvo la guardia bien baja y lanzó un gancho tras otro. No arreció nunca. No cejó. El chico había dicho que lo iba planchar en la lona y no supo lo que once años de aguantar hacen en quien los lleva consigo. Aguantó él también, como los grandes, y por su patria, y por su padre. Quizá Maravilla haga como el chico le dijo, y se retire ahora con su título y sus ojos brillantes.
Cien millones de personas gritándole asesino en otro estadio, no muy lejos de ahí, a ese hombre siniestro en medio de toda la mafia, por el séptimo round, las apuestas subiendo y el dinero de todos esos asquerosos que se juegan por él. El grito de todos los dolores.
Ya es domingo y se acerca el fin del mundo. Algunos cables apuntaron:

https://www.youtube.com/embed/6G5WswRbUsc

¡Viva el cambio!
(Asesino, Asesino, A-se-si-no, A-Se-Sino)
!Viva México!

Tocan las campanas.
Empieza la marcha del himno nacional. Suena y retiembla en sus centros la tierra.

!México!
(Sigue unido)
¡México!
Sigue unido.
Sigue unido. Como un corazón agitado. Un corazón solo, sentido entre todos los que ponen los pies sobre esa tierra… esa tierra…

Desde aquí abajo son los héroes de una gran novela de ciencia ficción.
Jamás en mi vida vi tanto ni escuché tanto. Jamás había sentido latir mi corazón como lo siento ahora.
Aquí no llueve, ni allá tampoco.
Es domingo. La gente bebe jugos de fruta fresca. Esa parte de la cabeza no nos duele, sino todo lo demás. Cerveza fría y chorizo para los que andan bajo el sol. Aquellos duermen en sus cuevas, dichosos en su sueño. Gloria a los dormidos y a los muertos.
Termina la historia de golpe, en ese solo momento. La plancha caliente y vacía. Los robots desmembrados crujiendo. Un chico sentado, rendido, que sabe lo que es verdadero.
Puedo verte, oh gigante, hombre pequeño. Brilla tu camisa blanca bajo el cielo. Amarilla. Brillan los latones, las chapas bruñidas, lo que ha quedado de todo ese duelo. Desde aquí la nada sigue. Yo te permito empezar de nuevo. Borrar esas marcas frías, esas heridas derritan el hielo. Que el cielo se limpie. Te limpia ese cielo. Que por un día apenas puedas ser libre. Sin derrota. Sin ningún premio.