martes, 30 de agosto de 2011

Brillante

Éste es un texto que escribí para una muestra colectiva de artes plásticas que se inauguró el 10 de agosto en el Teatro La Luna, en la que expusieron obras Lucas Aguirre, Jose Ábalos, Juli Cuervo, Pupi Gazi, Gime Fernández y Javi Pissoni (A la derecha, abajo, están los links hacia los espacios digitales de cada uno de ellos). También pretende ser un vínculo entre la producción de esta exposición y el resto de mi trabajo creativo, particularmente con la obra de teatro Pájaro que brilla, mi ópera prima que se encuentra ahora en cartelera.

La luz es quizá lo más parecido a la realidad de lo que jamás tendremos noticia o llegaremos a un acuerdo. Todo lo que existe puede también no estar ahí y ya conocemos las millones de volteretas espectaculares tras las que podemos desbaratar o precisar la verdad.
El brillo, sin embargo, pareciera siempre un mediador: con los ojos cerrados ante la luz o en su ausencia, todavía queda un rastro de colores neón detrás de nuestros ojos. Permanece ahí un instante hasta apagarse despacio, replegándose para quedar guardado en la memoria. El brillo nos anuncia las cosas y nos incita a observarlas: lo asociamos con el valor, con la agudeza, con una extraña pulcritud; con la pureza y la inteligencia.
Nos gustan los fuegos encendidos en la noche, la amplitud móvil de un reflejo en el agua, el vidrio, la piedra o el metal. A falta de una chispa o de un engendro, del botón rojo que prende o se zafa, nada de esto acontecería. Todos percibimos la gracia con la que un niño descubre un pájaro y la inquietante desgracia del combustible que no ha sido suficiente.
¿Cómo es que eso sucede o por qué?
No sabemos la respuesta.
De todo lo que se añade, tan sólo podemos verificar el vacío: el espacio en blanco que queda sobre el lienzo; el detalle que bruñe el borde y el nuevo límite que empuja al aire en la dirección opuesta; la resonancia del pulso en las cuerdas de un piano; un recuerdo súbito o la visión de una hoja seca que se sostiene hasta llevarnos a pensar en lo que está vivo; el calor y el dolor que se ven iguales bajo la lente.
El brillo como una respuesta constante para lo que se ignora. Una figura que se dibuja en común, de la cual nos servimos para encontrarnos en este punto, desafiando todos los otros posibles.

lunes, 22 de agosto de 2011

✈ Duelo No. 9,678

Mira: no hace falta que instales una alarma; te va a bastar con el mero susto. Vos te vas a alarmar. Cualquier cosa extra -vaya que le pone uno salsa a sus tacos- sería un pleonasmo. Esto es así: meta pleonasmos.
No basta conque hagas estallar los explosivos. No. Basta ya con eso de hacerlos estallar. Mañanas como hoy, absolutamente brillantes y sabidas, en las que los pájaros aterrizan en el asfalto al compás de una marcha insolente. Mañanas que no existen jamás en la ilusión, no porque no las deseemos, sino simplemente porque no estás ahora ahí, de cara al sol, con los ojos entrecerrados, -las córneas ajustadas en su sitio-, el pequeño, apenas descanso en un mísero momento de gracia, la saliva de un beso distraído. Empecemos por mirarnos las manos y acabar en la punta única donde nace lo que no muere. Siempre y cuando ahí, esté algo que nos sea posible.
No debo entablar el jardín por encima o podar mi pasto si consigo la maña de revolcarme por los parques, pulir y encerar este pelaje espeso. Tiende a desaparecer, de todas formas.
Ya te dije que ya te lo he dicho. Un encanto, un collar de flores, una daga repujada que llevas contigo. Estaríamos inclinados por sobre la neblina intentando inventar qué es lo que ocurre bajo las colchas grises. Sería el unicornio (un único unicornio) echándose a nuestros pies tan sólo para que pasemos a un lado suyo. Qué triste y qué honda es la tristeza que produce el éxtasis cuando nos ha abandonado. Intuyo bien un paralelo secuencial en el que todas éstas ondas endemoniadas se procesan, sin detenerse nunca para abstener una figura o un duelo.
Son las marcas que dejan las tijeras... el trazo... el nudo... el mundo al que nos remite un globo.
Yo podría desatarlo, borrarlo, amalgamarlo... una nueva espina chispea: tras sus resinas, el fuego.
Lo que arde no es nada: arde ya: se está consumiendo.
Empatar al menos... aunque sea la altura de las rejas. Empatar al pierde, el marcador a ceros (redundante signo de lo que arde también). Esto también.
Y esto.
Me estoy volviendo loco, dices. Lo que no se puede elegir es el tránsito rumiante de ese pastizal de irrefrenable boca seca, mastique despacio, deglución, reposo, tracto y resto. La tierra que estás pisando es mierda de lombrices; no hace falta que lo sepas.
Me he quedado ciego pero sigo en el mundo -tremendo equívoco estático que, ante ti, cobra movimiento-. Si usted entra en trance, no olvide respirar con cierta frecuencia; sacrifíquese como un delfin, pero va a resultarle imposible.
Daría aquello que no tengo para podernos cambiar las fichas. Que, utopía, no importara el color, no adquiriera el valor. Véndelo entero por dos pezuñas. Chúpate el jugo de los frutos arrancados de sus pencas. Contémplate ahí; a bocanadas de aliento inverso. Ahora ábrelos:
Los semáforos estaban apagados.
Yo no sé si escuché sonar la sirena.