miércoles, 24 de noviembre de 2010

Punto de cruz

Las mujeres siguen juntándose a tejer y en algún lugar de la ecuación sigue estando esa incógnita, pero se puede distinguir qué letra es. No hablemos más de su valor. Es que lo tiene.
Tal vez no haya que contar una historia; la historia se cuenta igual. Escuché cómo los bandoneones formaban una trama, bordada desde distintos puntos de vista, de pequeños episodios encadenados en un aliento que se termina. Desarrollo, clímax, desenlace. El principio sólo es un instante. El punto de partida siempre es el mismo. Tocaban una canción y nosotros la escuchábamos. Reunidos en una bodega percibíamos uno a uno cómo es estar aquí y haber estado antes. Contar con el instante próximo. Con lo eterno.
A veces no escribo porque no puedo encontrar las palabras para plantearlo. Las cuerdas tensas, negras, trenzas densas que entre sus fibras capturan el presente continuo extendiendo la red a cada latido más grande. Cada imagen aprendida concebida, proyectada, cimentada, levantada, capturada, conservada. Desgastada, disuelta, olvidada, muerta. El olvido es el recuerdo. Pensamos en la muerte partiendo desde el hecho de estar vivos. Es tanto lo que cabe en esta humillante luz que a veces necesitamos cerrar de golpe la ventana para no tener que verlo todo, y la equis sigue estando al pie de la hoja interrogándonos, nos sugiere un número, un nombre, un sujeto, que podría tener un predicado, haber estado o seguir estando. Te he dicho mil veces que vas a quedarte aquí para siempre.
Sólo el horizonte plateado le permite a un buque sus pequeñas verticales. La tierra y la neblina reflejan la luz de la ciudad, y es de noche junto con la luna, junto con el sol detrás de aquellos cerros, donde caiga el ovillo de mi trópico. Es mañana, eres tú que te guardas el misterio de tu ciclo. Descubriste la paz al sentir la decadencia; como una mancha de jabón o ese cartel fijo en la puerta: Jale o empuje. Abierto o cerrado. Entrada o salida; y nunca me habías dado un abrazo. No sé de dónde sacaste ese, pero sentí que te había extrañado, creí haber llegado hasta aquí sólo para recibirlo. Un pajarito color caoba picoteaba entre el pasto seco y, al menos en esa sentencia, quedará para siempre. Ten por cierto lo más inverosímil: toda el agua del mar tiene gusto a sal. Que lo imposible sólo es cuestión de tiempo.