miércoles, 30 de junio de 2010

Algo viejo

Aquí está la gente que amo. Ellos. Los demás. Aquí dentro estoy yo. De este cuerpo, de este cuarto. En este lugar. Nosotros hemos ido y vuelto. Ellos no volvieron. Los abuelos se fueron ya. Y yo los amo todavía.

Una silla de un aeropuerto. Un hombre viejo y una joven esperan sentados. La joven trae un bolso de mano grande y pesado que está junto a sus pies.

V: 28 de agosto de 1980. Otra vez aquí. Esta es la última vez que vuelo. La última vez que volví.

J: ¿Estabas en este aeropuerto?

V: Todos son iguales. Lo que uno siente es lo mismo.

J: ¿Siempre es lo mismo?

V: Siempre.

J: ¿Pero por qué abuelo?

V: Supongo que son los lugares donde uno se da cuenta que la historia se repite.
¿Tenés el pase de abordar?

J se asusta. Abre y hurga en todos los cierres del bolso de mano. Finalmente encuentra el pase en el bolsillo más externo.

J: Aquí está.

V: Ahí estaba...

J: No soportaría la idea de quedarme varada aquí.

V: ¿Crees?

J: Imagínate. Esta sensación todos los días.

V: La misma.

J: ¿Cómo la misma?

V: ¿Qué sentís?

J: Que este es el lugar más horrible sobre la tierra.

V: ...

J: No sé por qué. Los aeropuertos deberían de ser algo bueno. Lo son para el resto de la gente. Sólo están viajando.

V: ...

J: Pero tú no estás viajando. No estamos viajando ahora ¿Verdad?

V: No. Casi nunca.

J: ...

V: Vamos o volvemos. Todo el tiempo será así.

J: ¿Esperar?

V: No, vos todavía no esperás.

J: ...

V: Volvía de Miami. Me habían quitado el tumor. Me dolía el cuerpo pero lo peor era la espera. Todo era lo mismo. Esperar a irse. Esperar volver. Sabía que me iba a morir. Por primera vez lo supe, parece una estupidez... Estar acá sentado era justo lo que no quería hacer: esperando a morirme. Y de cualquier forma parece que así es: sabés que te vas a morir y a partir de ese momento ya no podés olvidarlo nunca. Esperás que llegue ese día sólo porque sabés que va a llegar. No es algo que recuerdes. Sólo te queda la vehemencia de hacer que valga la pena.

J: Sí valió la pena abuelo.

V: Los días pasan igual nena... las ideas son las mismas. No cambia nada adentro de uno. Seguís siendo el mismo. La vida es hermosa con todo y la espera y lo mucho que uno deja en ir y venir.

J: Se me olvida eso. Se siente igual ya: ir o volver.

V: Te vas vaciando. Pero eso no es malo.
Pensaba este día si morir sería como volver o como irse. Para mí volver siempre fue mejor.

J: ¿Y cómo fue?

V: Fue como irse.

J: ...

V: ...

J: "Esperar..."

V: Estar acá no era tan malo. Era volver al fin, a casa.
¿Qué tenés en ese bolso tan grande?
 
J: Mis cosas. Una chamarra, un suéter, un estuche de cosméticos, uno de lápices, un cuaderno, tres libros, paletas de dulce, mentas, un pañuelo que me dio papá, un rosario que era de la nona, una botella de agua, un paquete de galletas saladas...
 
V: No vas a necesitar nada de eso. Abrigate antes que sientas frío. Comé lo que te puedas comer. Píntate los labios cada vez que te acuerdes de hacerlo. Rezá cuando tengas ganas. ¿Y el pañuelo?
 
J llora.

J: Es que a veces lloro.

V: Está bien que llores. Uno llora cuando vuelve.

J: ¿Estamos regresando abuelo?

V: Vos sí mi amor... ya nunca te vas a ir, hasta que te mueras. ¿Entiendes?

J: Creo que sí.

V: Sí Lucía...

J: Nunca me habías dicho Lucía.

V: Es por tu nona. Para mí Lucía era ella. Era mi Lucía.

J: Ya van a estar otra vez juntos abuelo.

V: Ya lo sé mi amor. Ni siquiera la extraño. Todo el tiempo estamos juntos. Pero extraño decirle su nombre.

J: Desde aquí ¿No puedes llamarla?

V: Puedo, pero no me escucha. Sólo lo intenté al principio, porque allá, las pocas veces que se escucha, duele.

J: Puedes nombrarme a mí. Hasta que me vaya.

V: Sí Lucía.

J: Abuelo.

V: ...

J: ...

V: Lo que más se extraña es la vida Lucía.

J: ¿Cómo dices?

V: La vida. Lo que se extraña es la vida, querida.

domingo, 20 de junio de 2010

Galactic Heroes

En nuestra piel, el olor, en el límite entre los ojos y las lágrimas, la risa, cuando el cielo brilla nunca tan azul como hoy.
Las flores de las bugambilias caen sobre nuestras cabezas. Al andar nuestros pies tocan la tierra. No somos los primeros ni seremos los últimos. Los últimos hippies. Me alegra tanto que estemos aquí.
La música nos empuja, chocamos nuestras manos, nos damos un beso en la orilla de la boca porque todavía nos da vergüenza amarnos.
Toda esa ternura.
Ayer la luna estaba partida por la mitad como por un cuchillo que se fue curvando en los extremos conforme se hizo de día. Esa luna de Mortal Kombat convirtiéndonos en niños otra vez. El mundo enfrente cruzando la calle. Y nos sentamos en la banqueta sin pensar que los domingos son el mejor día para vivir. Las fachadas de los edificios que llevan mucho tiempo en su sitio. Los templos donde la gente se congrega a rezar, a tratar de comprender, mientras los niños juegan y se tropiezan en los pasillos, se caen, se ríen. Pasar por la biblioteca con esas ganas de hacerte la señal de la cruz, cuando los muros se vuelven gemas transparentes que puedes meter en tu bolsillo. Los llevo conmigo. Los guardo en mi recuerdo, me acompañan aunque esté lejos. Las palabras. Las cosas. El límite de nuestro cuerpo que no alcanza para abrazar todo lo que entra en nuestra cabeza, todo lo que intuye nuestro corazón y sin embargo no existe nada en el mundo que sea mejor que esa casa formada en la penumbra cálida del otro. Y es que a veces te siento tanto que me convierto en mar, te extraño como si siempre hubieras estado en mi interior, me gustas como esos carteles de neón con sus luces fluorescentes, te quiero como se enciende la llama de una vela, para que esté ahí iluminando un círculo perfecto que se sabe que va a terminar por estrecharse y finalmente se apaga.
Mi propio cuerpo, mi propia luz, encarnando toda la otra. Violeta y azul, durazno y lila. Verde pálido como el agua de una pila. Palpitas adentro mío como un corazón eterno y en el final sólo está eso. Mi abuela se llamaba Lucía, y su abuela también. Las manos de mi padre como una crisálida que espera. El regazo de mi madre, como una cuna que nunca cesa de mecerse, con el viento, cuando llueve, cuando golpean los platillos y se cierran los puños, con la esperanza perenne que entraña el que digas “más allá del infinito”.
Las ligas de mi cuerpo, que se estiran y se tensan para brincar los adoquines de dos en dos o se expanden para acurrucarme frente a ti, tapados bajo las sábanas. Los vellos de tus brazos que no terminan de abrigarte hasta que te tengo cerca. Y agarraste mi mano y apretaste mis dedos. El mundo como un experimento efervescente, como esos dulces que te hacen espuma en la boca, como la furia de un perro enjaulado cuya dignidad no se ausenta nunca. La mirada de una niña de color canela que cuida a su hermanito. Abrigados, por la tarde, arrancando las flores del pasto. Esa mujer es grande. Es tan grande en su interior que sus ojos casi no pestañean y de sus pestañas se sostienen las partículas, el punto de fuga desde el que se crea todo lo que existe.
Somos una parábola, la posibilidad de trazar cualquier camino a partir de un punto. El peso de la tinta. Como poner una cruz donde antes no había más que el vacío. Como el saco de tela del que se saca un conejo. Para nosotros, la ausencia de color es el rojo.
Confío en ti. Podrías ser el padre de mis hijos. Tu cuerpo es perfecto, como el mío. Nuestros errores y nuestros aciertos nos han traído aquí haciéndonos hermanos. Déjame apoyar mi cabeza en el hueco de tus clavículas. Quiero oír cómo el blanco vibra hasta volverse sangre, quiero arder esta cortada con un gajo de limón, quiero hacer crujir las costras entre mis dientes y tomar una bocanada del aire que exhalas. Quiero que pases tu lengua por mis encías y sentir cómo la vida toca lo que está adentro.
Lo siento ya como una ola que estalla bajo mis costillas. Los hombres hicieron esos ladrillos iguales el uno al otro. Los hombres trazaron esos senderos que se ven desde los aviones, desde los asientos, desde las ventanas que gritan que la armonía no es susceptible de trocarse. Que una caja llena de piedras puede contar todas las historias. El brillo del filo de ese cuchillo puede cortar la carne de un mamut.
A ti también te amé y ayer no había sido tan feliz como hoy. Las cosas se reúnen, se juntan, sólo así pueden existir. La forma, la materia, eso que ni un bosque entero rendido ante nuestras máquinas puede tirar abajo. La ética que no es más que el valor que le asignamos a las cosas. Todo esto que no es nada y que solamente juntos podemos convertir en una suma.
No te vas a ir nunca porque estuviste aquí. No te disuelves porque todo se hiela. No te extingues porque la luz sólo se apaga para hacerte acordar que permanece.

domingo, 13 de junio de 2010

Niños

Lo bueno de mentir -confió- es que puedes platicar mucho más con las personas. Y todos hablan y todos escuchan.
¿Tú dices mentiras?
¿Qué? ¿Tú no?
No.
Dices eso porque no te has dado cuenta de lo bueno que es. Por ejemplo cuando una persona está hablando y dice Yo conozco un lugar maravilloso, tú, aunque no conozcas ningún lugar maravilloso, puedes decir Yo también, y así la otra persona te toma confianza y te considera como un igual.
¿Pero si se entera que estás mintiendo?
Bueno, eso puede ser malo, dependiendo de la moral de la persona. Si no le importan esas estupideces, tampoco va a importarle que mientas, lo que importa es que tú y él, o todos lo que participen en la conversación, no importa que digan la verdad o una mentira, es que estén contentos, que se emocionen. ¿Comprendes?
¿Cómo si jugaras un juego?
Claro. Como si jugaras un juego. Es un juego. Sólo que las personas que no les gustan las mentiras generalmente lo arruinan.
¿Por?
Para que sea divertido todos tienen que creer en el juego. Incluso hay gente que sabe qué cosas son mentiras y qué cosas son verdad, pero sabe jugar porque se entretiene en escuchar las historias en vez de pensar si sucedieron o qué partes son inventadas.
Yo conozco un señor que siempre que digo que mi casa es grandísima como un castillo me dice que eso es mentira.
¿Ves? Supongo que no te gusta.
No. No me gusta. Porque después ya no sé qué decir. Me da vergüenza y siento que me tengo que quedar ahí parada pero siento ganas de irme.
Sí, es gente muy tonta. Que hace quedar mal a los demás. Disfrutan de incomodarte.
¿Incomodarte?
Sí. Esos momentos. Cuando te quieres ir. Te miras los zapatos y no sabes dónde poner las manos. Te das cuenta de que cualquier cosa que digas ya no le va a importar. Son como las brujas malévolas: cuando te dicen que eres un mentiroso te hacen sentir malo y te transformas en sapo por un momento.
¿Te transformas en sapo?
O algo así. No en sapo, porque los sapos no son malos, pero algo así.
Sí.

Pero yo te voy a decir una cosa. A mí no me importa que digas mentiras. Es más. De todas las cosas que me has contado no sé cuáles son verdad. De todos modos me gustan. Tú eres linda.

¿Parezco un sapo?
No. Porque tus mejillas se pusieron coloradas.
Ah.

Es que también te puedes sentir incómodo por algo bueno, y te conviertes en un helado de fresas o en una manta de lana o en un gato pequeñito.
A mí me gustan los gatitos.
A mí también.
A mí también.
¡Es la verdad!
Sí. Yo te creo.