jueves, 11 de junio de 2009

Piedad

Cuando me levanto muy temprano, aunque hayan pasado muchas horas de vela, sigo sintiendo como que un pedazo de mi sigue en la cama. Es algo parecido a estar cruda: Shhhhhhhhhhhh no griten. Mi paciencia no se despierta conmigo y es tan pequeña que cuando se incorpora finalmente, casi ni la distingo. A las 9:15 am ya llevaba dos horas manejando en el estúpido tráfico y estaba prácticamente estacionada en el Viaducto a la altura de Troncoso. Tenía un disco de Modest Mouse, pero no quise escucharlo. La modestia no es nada buena cuando lo que uno quiere es colgarse del cortinero. Ese disco me pone de buenas y escucharlo me parecía como tratar de fingir. Prendí la radio y puse Radio Ibero. Es en la única estación que pasan música que me gusta prácticamente todo el día y casi no hay anuncios. Nunca le pongo demasiada atención a los locutores. La cosa es que dadas las condiciones, no quedaba de otra más que eso: un programa en el que participan un tipo y una tipa; él posee una necesidad exacerbada de decir lo que piensa y ante su propia verborragia se cree maravillosamente culto. Si uno escucha bien y está de malas, puede percibir claramente que mr. comosellame no sabe nada de nada y cualquier parecido entre su discurso y uno coherente radica en que de vez en vez repite cosas que escuchó por ahí, citas. La mujer en el fondo parece no tan tan tonta, pero ella no lo sabe. Sin embargo, de la mancuerna, es ella quien le da un poco de seriedad al programa creyendo que para lograr eso se necesita que interrumpa a los demás para dar información científica extraída de dudosas fuentes. Lo único bueno del programa es una tercera voz, que por lo que escuché parece que hay días que no está, que pertenece a un personaje ficticio llamado La Fresirocker. Fácil: una chica bien que conoce muy bien su entorno y que juega a ser la chica más fresa del mundo con todos los vicios y virtudes que eso acarrea. Maneja su personaje perfectamente y sus intervenciones en el programa son divertidas y atinadas. De los tres, es la única que puede aceptar públicamente cuando no sabe nada acerca del tema de turno, y además se da el lujo de parodiar a los dos cabezas duras que tiene enfrente sin que ellos lo noten. Bien por ella.

A las diez empieza un programa que ya había escuchado antes. Se llama DFM y tiene el perfil de una revista cultural, cosa que se agradece. Tienen una sección dedicada al teatro y otra para cada materia: mientras llegaba a mi destino extendieron la convocatoria para un seminario de foto en el Centro de la imagen y pusieron música linda. Hice algunas cosas en la Colonia del Valle y cuando me volví a subir al coche el programa estaba terminando. Al mediodía empieza otro que se llama Entre paréntesis y uno de los locutores se llama Erick, y lo recuerdo porque, a diferencia de la primera sorpresa de la mañana, esto lo fue en el buen modo. Entre paréntesis es una revista sociopolítica hecha por personas quienes no hablan de lo que no saben, permiten a sus invitados y enlaces que digan todo lo que tienen para decir, son buenos entrevistadores, cuando usa el privilegio de hablar públicamente se nota que saben de la materia que les ocupa, que leen, que conocen perfectamente sus fuentes y además son personas agradable que mandan abrazos y conocen de apretón de mano a cada una de las personas que, al menos por el día de ayer, intervinieron. Entre los temas se habló sobre la presentación en México del libro “Cautiva”, de Clara Rojas, cosa peligrosa ya que hablando de guerrillas, secuestros y Latinoamérica rápidamente se puede caer en un malentendido, pleonasmo de Salma Hayek dándole la teta a un indito, o cheguevarizarlo todo. En cambio hubo un enlace telefónico con la mujer autora del libro y la entrevista fluyó maravillosamente ya que el locutor tuvo el cuidado y la decencia convertir todo esto en un Cómo estás. Ella habló de su experiencia, de la nostalgia, de la amistad. Nadie nos contó el libro ni nos obligó a escuchar una diatriba en torno a las FARC. Con la misma delicadeza y responsabilidad, no sólo informativa sino formativa, hubo un enlace con el editor de la publicación latinoamericana de la revista Le monde diplomatique y otro con un docente de la universidad católica de Hermosillo. También se habló acerca de la decadencia de la OEA y un artículo al respecto publicado por un catedrático e investigador argentino (que tristemente no recuerdo su nombre) y se tocó el tema de una manera subjetiva sin tonalidades de amarillo.

Eran las 2:30 de la tarde cuando me bajé por fin del coche después de haber recorrido la cuidad de punta a punta dos veces. Me tragué a los cientos de conductores que quieren pasar porque el semáforo está en verde, haciendo caso omiso de que al cruzar la calle no queda espacio para un coche más; los hijos de puta que desconocen el motivo de la regla Uno y uno; los que inauguran la segunda fila para dar vuelta a la izquierda; los peatones zafados que deciden cruzar por abajo del puente peatonal; los policías con sus ridículas gorras fosforescentes que te dicen que avances cuando no hay para dónde hacerse; los que invaden el carril del metrobús; los que si dejan pasar a la ambulancia aprovechan para seguirla por una o dos cuadras; los que traen Suburban y se creen ambulancia; los de mirada perdida, ejemplo de que a nadie le importa. Pedí piedad no solamente en el Viaducto, sino en Calzada de la Viga, Congreso de la Unión, Gabriel Mancera, Baja California, Calzada de Guadalupe, Montevideo. Si la paciencia no se había despertado conmigo, a putazos la tuve que traer a sentarse en el asiento del copiloto y no lo hubiera logrado sin la ayuda de aquel programa de radio.

Recordé que mi abuelo Juan nació en 1919 en Resistencia, provincia de El Chaco, Argentina. Un lugar olvidado por dios. Él contaba que su padre construyó la primera radio de transistores de todo el pueblo y que la gente venía a su casa por las noches a escuchar aquel acto de magia sentados en círculo, tomando mate y aguardiente, consientes del privilegio que era ser parte de ese mundo nuevo. Hace casi cien años de eso. Resistencia era un sitio al que sólo llegaban el tren y las ondas de amplitud modulada. Este lugar es muy diferente. Todo converge aquí y al parecer tenemos mcuho más de lo que necesitamos para vivir. Pero a veces, sólo a veces, me parece notar que hay quienes siguen tomando al mundo por lo que es. Un sitio que necesita hallar el orden mediante el acto de quitar, de apelar a lo simple, al detalle del otro; donde la única respuesta posible al clamarle a dios por auxilio, proviene de la puesta en común y de la intención de devolverle a cada cosa su valor universal.