domingo, 29 de noviembre de 2009

Viaje en el viaje I

En el pequeño bolsillo interno de la mochila llevo una piedra. Una caja transparente con un corazón, un ojo de vidrio y los ojos de Santa Lucía y mi D.N.I: noventa y tres millones, ocho cincuenta y seis, cuatro cincuenta y dos. Y la brújula.
En la parte grande llevo un cuaderno chico y uno grande, regalo de mi madre, que me llegó por correo, un libro que era de mi abuelo Juan, un estuche morado con plumas de colores y mi USB 254 MB, el estuche de mis lentes, mis lentes de sol flogger, la cartera y una bolsa de cosméticos.
En la cartera llevo un escapulario viejo, un billete de dólar hecho nudo, un billete de cien pesos mexicanos; un boleto del metro, la tarjeta del metro y la del metrobús. Quinientos pesos argentinos; la tarjeta del trolebús, un peso con treinta y cinco centavos y un cospel. La credencial del seguro de gastos médicos mayores y mi licencia de manejar del Distrito Federal. Y el boleto de ida a Buenos Aires.
En la bolsa de cosméticos hay un carretito de hilo dental, cepillo de dientes y pasta, un inhalador, dos pastillas de pepto bismol, tres de paracetamol; dos docenas de pasadores y un peine negros; los lentes de contacto, unas gotas de manzanilla que mi papá me compró en el aeropuerto de México, la botella de líquido para limpiar los lentes, Kleenex, un espejito, la pinza de depilar, el cortauñas y dos brillos para labios.
También voy a llevar una chamarra delgadita por si llueve y una sudadera gruesa por si tengo frío.
En la bolsa de afuera de la mochila va el celular de México: lo uso de reloj y de alarma. Y el cargador de ese celular con su adaptador para poderlo conectar. Y llevo el de aquí, por si alguien me llama y su cargador. La cigarrera, una cajetilla de cigarros, dos encendedores y una lamparita para leer en la oscuridad.
En una bolsita del lado hay caramelitos de cereza con mentol, otros que se llaman Pico Dulce que son buenísimos, un paquete de pastillas de limón y unos dulces de propóleo por si me duele la garganta.
Las llaves de mi nueva casa están enganchadas al cierre y mi llavero es un peluchito de un burro que cuando lo aprietas hace el ruido que los burros hacen y una pulsera de Pumas con la leyenda CÓMO NO TE VOY A QUERER. También va enganchado a la tela un segurito gigante que me encanta y es lo más parecido a un arma que jamás llevo conmigo. Todo es muy parecido a algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul.
En la maleta llevo mi ropa, una toalla y unas alpargatas y dos revistas mexicanas para regalar. Pesa un poco.
Y el sobre de los documentos es tan importante que tengo que llevarlo en la mochila pero tan grande que me gustaría mandarlo en la maleta.
Recen a los dioses tortuga, al árbol genealógico in heaven y si alguien tiene a Dios en su facebook, sugiérale que me mande una solicitud de amistad.

Lu
=)!

viernes, 13 de noviembre de 2009

2000/2

¡Eeeeeeeeh!
Más o menos al tiempo que este querido espacio cumple los dos años de existencia, en algún momento entre ayer y hoy cumplió también las 2000 visitas. Siempre pensé que 2000 era poco, comparado con esos blogs a los que uno entra y hay un hit counter que ilumina tantos numeritos que hay que señalarlos con el dedo a partir de las unidades para adivinar dónde van las comas de la cantidad. Pero hace unos cuantos días me di cuenta que esta especie de cumpleaños blogger estaba por suceder, Hor me dijo.- Son más o menos tres visitas por día-. ¡Es verdad! Eso significa que desde hace dos años hay tres, por ponerle un número, personas de carne y hueso que pasan por aquí y miran y esperan, sonríen y se baten a duelo junto conmigo. No hay cosa más conmovedora que eso.
Yo tengo para mí que no son 2000 sujetos, sino que son muchos menos. Un número que ha ido aumentando de a poco, pero que en realidad cuenta porque son gente que vuelve. Tampoco es el blog más comentado del universo, pero a través de esas participaciones intuyo que es así. Que uno que pasó alguna vez por aquí sin darse cuenta terminó de nuevo en este sitio por alguna causa, tal y como le sucede a uno cuando se sienta a reflexionar en la sala de abordaje, el imposible deja vu del "yo ya estuve antes aquí" que te lleva a unir puntos para formar la figura de la persona que eres hoy, de las relaciones que ese ser tiene con los demás y de cómo nos parecemos en la nostalgia, en las causas y defectos, en los ecos y las ansias de soltar.
Al día de hoy, otros espacios como Facebook, que parece un tortazo, realmente han contribuído a que haya cada vez más pasajeros. No es mucho lo que he hecho para que De aeropuertos se sostenga, simplemente seguirlo abonando. Y muchas de esas veces pajeras que uno piensa "no tengo a nadie" como la canción del gusano, lo que queda cuando todo lo demás ha sido rastrillado por la estupidéz es la posibilidad de esta entrada, vacía hasta que decido llenarla, un espacio ficticio colmado de vasos medio llenos de mí y de todos esos vínculos que estampan sellos de colores en las paginas traseras de mi pasaporte al mundo.
No es que existo a partir de esto, pero esa parva de pasajeros despistados que nos sentamos en estas butacas azules, incómodas, frecuentemente nos damos cuenta de que nos acompañamos mutuamente; eso es bello.
Ahí arriba hay un link con Muerte sin fin de José Gorostiza. Es un poema largo, que puede leerse en una sentada o dosificando los versos homeopáticamente en años, pero si alguien tiene tiempo de darle una peinada, es un regalo que yo recibí de mi querida maestra de retórica anciana y dulce Dolores Castro y entonces, formados los tres en fila para subir a un avión, nos miramos las caras, sin contar con explicación alguna de cómo es que de pronto Gorostiza/Lola y Lucía terminaron en el mismo lugar, descubriendo que tenían cosas en común.
A veces simplemente no sé a quién darle las gracias. Doy un abrazo o beso el escapulario que cuelga de mi cuello y pienso en esa larga e improbable línea de sere humanos formados delante mío, detrás.

* ¿Su pase de abordar por favor?
.- Aquí está.
La mujer le troquela un redondelito perfecto y me lo devuelve:
* Adelante-. dice.
Abro mi pasaporte y atoro ahí el tíquet. Seguro me lo piden llegando a mi destino y si no, me gustaría guardarlo de recuerdo. Antes de avanzar por el túnel me doy vuelta. Ella me mira...
* ¿Se le ofrece algo más?
.- No...
Pero no me voy. Miro al suelo. No sé si decírselo, a lo mejor no lo va a entender, pero si no se lo digo me voy a quedar con las ganas. La gente que falta por checar su tíquet espera su turno. Sus ojos me urgen: se lo digo o avanzo, no hay de otra.
.- Oiga...
Ella espera una pregunta. La tensión se termina cuando se dispone a atenderme.- ¿Sí?

.- ... Gracias.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Super Yo: el superhéroe maligno

.- Ok man... me desperté tarde. No hice mucho pero ayer fue un gran día.
* ¿No hiciste mucho? No hiciste NADA, querrás decir.
.- No sí. Sí hice. Lavé los platos, me bañé. Conseguí peinarme y cociné una pila de milanesas. En la tarde fui al super, a la pollería y a la panadería. Es más, de regreso pasé por una veterinaria y entré a pedir trabajo y les dejé mi teléfono. Podría bañar perros un par de días a la semana.
* Sí idiota... podrías hacer un montón de cosas en vez de freír milanesas. No me salgas con la mamada de que eso es lo que quieres hacer en la vida. Bañar perros, no mames Lucía.
.- Pero cuando me fui a dormir estaba contenta. Sentía que había hecho muchas cosas. Tal vez no cosas importantes, pero hice. No sé por dónde empezar o si es que ya empecé. No sé qué es lo que sigue o qué buscar si en realidad todo lo que deseo lo llevo conmigo. Si ir a comprar el pan es un comienzo o debería estar haciendo otras cosas.
* Otras.
.- ¿Como cuáles?
* No sé. Tú tienes muchos sueños. Tomarte la vida como viene no te va a llevar a ninguna parte.
.- ¿Tú cómo sabes eso? Después no pude dormir. Me desperté triste y cuando me bañaba esta mañana me eché a llorar. ¿No puedes irte? ¿Callarte de una vez? ¿Qué haces aquí? ¿Quién carajos eres tú para estarme hostigando todo el tiempo?
* Soy Super Yo: el superhéroe maligno.
.- ¡Vete!
* No me voy a ir a ningún lado. Atravezaste el mundo y sigo aquí, ¿No te has dado cuenta? Jamás podrás deshacerte de mí. Estoy aquí para dificultarte las cosas. Para hacerte enteder que lo que tienes que hacer es sentarte a escribir nuestros díalogos, por lo menos. Que te dejes de pendejadas de llorar en la regadera. Ya deberías haber comprendido, al menos un poco.
.- ¿Qué es lo que tengo que entender? Nunca me has explicado nada.
* Eso justamente: ¿Cuántos momentos maravillosos has tirado a la basura por estarte peleando conmigo? Simplemente deberías hacer lo que te digo.
.- Eso es fácil, pero tú nunca me dices qué hacer. Sólo das ideas. No logras nada con eso. Eres como un artista flogger: te sientas en una mesa con la pierna cruzada luciendo tus estúpidos tenis de diseñador para hablar de proyectos posibles e ideas fantásticas pero no llevas a cabo ninguna. Sólo son tú y tu postura fundamentada en filosofías de las que has oído hablar en mesas de café. Y tomas vermouth y te crees muy chingón. Enr ealidad creo que eres un pendejo atómico.
* ¿Ah sí?
.- Sí. Pendejo.
* Entonces ¿Por qué perderías tu tiempo hablando conmigo?
.- No lo sé. Por eso lloro. Nunca encuentro una solución. Sabes mucho más que yo acerca de la maldad. No puedo ganarte y si sí, no sé cómo hacerlo. Siempre encuentras la manera de perturbarme.
* No soy yo Lucía. Eres tú. Tú eres la que está perturbada.
.- Sí claro... Ya sabía que ibas a contestar eso.
* ¿Ah sí?
.- Chale.
* ...
.- Vete a la mierda. Me caga escucharte y tener que hablar contigo. Lo tuerces todo. Me haces sentir confundida. Me produce mucha angustia nunca jamás poder ganarte. ¡Yo no estoy perturbada! ¡NO ESTOY PERTURBADA!
* AAAAAAjajajajaja.
.- ...
* ...
.- ... De qué te ríes... ¡Imbécil!
* Qué linda eres Lucía.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Sur

30 de octubre, 2007.

Ella había tenido que aprenderse las calles y los atajos por los que debería ir frecuentemente. Conocer de memoria el Sur de la cuidad. La ubicación exacta de las sucursales de los bancos, las rutas de los camiones, la línea del metro con los nombres de las estaciones, los días que colocaban los tianguis en las diferentes calles de diferentes colonias y los verdaderos nombres de las colonias. La correcta ubicación del destinatario, el remitente y las estampillas en el sobre de una carta. Entre otras cosas.

Era la menor de tres hijos. Su padre, veterinario, de joven había sido boy scout, luego rescatista en el temblor del 85. Su madre, emigrada de Argentina casi treinta años atrás, fue algún tiempo enfermera de la cruz roja en la división de quemados y titular de un puesto importante en la fiscalía de apoyo a las víctimas de violencia.

Una familia de entusiastas. Les gustaba emprender aventuras. Una vez se habían ido a Alaska en una camioneta verde, todos juntos, y habían tardado cuatro meses en ir y volver. Un día, decidieron bienaventurarse a vivir a la patria materna, puntualmente a la cuidad de Córdoba. Y se fueron. Primero sus hermanos mayores. Después ella, que estaba a punto de cumplir los trece años y decididamente ya podía viajar sola en avión: tomaría el vuelo de Lloyd Aero Boliviana el día 28 de enero de 1998, disfrutaría unos días de vacaciones acompañada de su abuela y sus tíos y primas, se instalaría de manera pasajera en casa de alguno de ellos e iniciaría el ciclo escolar a principios de marzo. Sus padres tendrían que quedarse en México hasta abril, fecha en la que más o menos ya estarían resueltos los trámites de la venta de la casa y los papeles notariados, actas de nacimiento marcadas con el sello del tratado de La Haya, documentos de estudio necesarios para revalidar títulos profesionales y poder ejercer sus profesiones libremente y todo aquello que uno no sabe, ni se imagina, que necesita llevarse cuando se va a vivir a otro país.

La burocracia hizo su parte y no fue en abril sino hasta octubre, que sus padres fueron llegando a destino, seis meses después de lo planeado.

Y fue durante ese tiempo que ella, la menor de los miembros de la entusiasta familia, pasó los seis meses más espantosos de su vida; la entrada a la adolescencia, acompañada del proceso de desarraigo-adaptación y una púrpura trombositopénica medicamentosa, producto seguramente de todo lo anterior, la llevaron a conocer lo opuesto de entusiasmo.

Quizá en las leyes de Mendel o en El miedo a la libertad de Erich Fromm, podríamos encontrar fundamentos para lo que sigue. Y ya que cada uno de los 16 tatarabuelos de esta niña había trepado a un barco para venir a hacer la América (ninguno de ellos volvió nunca a su tierra) ésta nostalgia, sublimada en otras cosas en el ir trepando, sin duda había encontrado su camino por las ramas del árbol genealógico hasta llegar a ella.

A ella, que tanto llegó a aborrecer después el romanticismo absurdo de los sesentas y setentas. Las imágenes de los presos políticos, las madres de la Plaza de Mayo, de su tío quemando los libros del abuelo en el jardín de la casa de Tupungato. Y torturados, huérfanos, desaparecidos, exiliados, era tanto que llegó a ser estúpido. Y sin embargo exiliada ella. Y exiliada nuevamente, cuando después de cuatro años la familia había perdido el entusiasmo y fueron volviendo uno por uno, por una de tantas crisis tercermundistas, desamores, desempleos, despojados nuevamente de todo lo que ya había llegado a hacerse propio.

Ella y su madre fueron las últimas en volver a México. Sin ningún cálculo ni fanatismos numerológicos, un 27 de enero del año 2002 treparon a un avión y exactamente cuatro años después de haberse ido, ella volvía a pisar su auténtica tierra, no sin antes sufrir una especie de ataque de pánico celeste porque desde que faltaba una hora para aterrizar, ya nunca dejó de ver las luces de las casas que le apuntaban Bienvenida a la cuidad monstruo.

El pánico de perderse y nunca encontrarse, la melancolía por la pequeña cuidad adolescente y el recuerdo de todos esos abuelos y abuelas que no se habían dado por vencidos, la hicieron aferrarse a la decisión de salir adelante. La rosa de los vientos, mapamundi, Continente Americano, América del norte, México, zona conurbada, Distrito Federal, zona Sur, Circuito Diamantes 149, Colonia Joyas del Pedregal, Delegación Coyoacán, Código Postal 04660 y todo el primer párrafo, se fueron arraigando en ella por la necesidad de tener algo que nunca se quedara atrás, que no se mudara de hemisferio, que no pudiera irse lejos.

Han pasado casi diez años desde ese día en el que todo cambió. Hoy, de lo único que tiene certeza es de todas esas cosas que tuvo que aprender y que con el pasar de los años se van volviendo inútiles. Las otras certezas antiguas las perdió seguramente en algún aeropuerto. El miedo de perderse ya no lo tiene, aunque el miedo de nunca encontrase, persiste.

Cuando está lejos de su casa tiene la habilidad de ubicar hacia qué dirección queda el Sur, y mira hacia allá para asegurarse de que en algún lugar en ese sitio, está la casa en la que vive. Pero con la mirada, tal vez, busca ver más allá.

Más allá del Ecuador, más austral, trece mil kilómetros al Sur, está aquello que intenta evocar en el horizonte. Allá donde su familia perdió el entusiasmo, a lo mejor valdría la pena regresar, a tratar de encontrarlo otra vez.

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