jueves, 21 de febrero de 2008

Libertad on line

Estoy en el Wings de Perisur. Vine a este extraño recinto a comprar mi regalo de cumpleaños. Creo que necesito trasladarme al Péndulo ahora que ya lo abrieron, ya que el express cortado del Wings, no apesta tanto como el de Sanborns, pero apesta de todas formas. Además el ataque de pánico se siente cerca, aunque me tranquiliza un poco saber que el Juli está en algún lugar de este centro comercial y que cualquier suceso extraño sólo tengo que correr a buscarlo. Lo familiar me trae calma. La conexión a internet velociráptor del Wings también me proporciona algo de paz. Finalmente aquí, inmersos en este nudo binario, están otros que también me quieren. Memo Vega, Biquie Aupart, sin saberlo la hicieron de oreja. Muchas gracias. Me mudo al Péndulo esperando que tengan también conexión a internet. Si no, de todas formas los lugares llenos de libros, sin importar la canidad de snobs que lo pueblen, se sienten distinto en el alma. El Péndulo huele a café tostado y las traducciones españolas impagables de Chuck Palahniuk carecen de su envoltura, así que se pueden hojear. También tienen una edición maravillosa del Finnegan´s Wake editada en Cork, ahí mero donde fue escrito, un estante completo con las versiones de Bonifaz Nuño de las siete maravillas del mundo según mi escala de valores y una mesa de editorial Siruela. Las solapas de lis libros de Siruela se sienten rico al tacto.
Me voy de aquí en busca de texturas que sean de fiar y la probable mudanza del express cortado al azahar con miel.
En tí confío, al menos mientras estoy en tránsito, querido blog aeroportuario.

sábado, 16 de febrero de 2008

Estética de la verga

Otra vez. Clase de Narrativa Latinoamericana. Para esta última sesión teníamos que leer la Trilogía sucia de la Habana, de Pedro Juan Gutiérrez. La solapa de la edición de Anagrama del libro decía, según quién sabe quién, que Gutiérrez es el nuevo Bukowski.
Está muy bien leer a los Beatnicks. Para una generación como la nuestra o los que están arriba de nosotros, vivir en este mundo tal como es y todas las dificultades contemporáneas de existir nos llevan a leer con hambre a los autores de esa época. Somos, como bien lo dice Michel Houellebecq en Las partículas elementales, hijos o nietos de esos gueyes. Las bases de nuestro absurdo mundo las fundaron ellos. Víctimas o próceres, a los que nos interesa la literatura tenemos casi, casi la responsabilidad de averiguar qué quedó escrito en esas páginas, qué pasó con el mundo a mediados del siglo pasado, cuáles son los antecedentes de los libros que estamos escribiendo nosotros.
En toda mi vida jamás he ocupado más tiempo en leer una corriente literaria como el que le atribuí en mi adolescencia a leer a los Beatnicks. Yo amé a los Beatnicks. Me peleaba con mi mamá en el comedor por no haber llegado a dormir en tres o cuatro días y utilizaba como defensa citas de Burroghs. Eso no me hace una especialista en el tema ni mucho menos, quiero aclarar que como es obvio ésto es sólo una impresión mía. Muchos hemos pasado por esa etapa. A algunos el furor les viene llegando apenas o nunca se les ha acabado, pero me parece bien que todos leamos a los Beatnicks. Yo entonces encontré en esos libros muchísimos puntos en común. Sentí muchas veces que me hablaban a mí a través de ese discurso generalmente dirigido a nadie, lleno de viajes en busca de lo exótico, desarrollando las crónicas de unos caminos atormentados por la libertad, el verdugo de la libertad de hacer lo que se nos pegue la gana en un mundo lleno de normas. A mí me pasaba lo mismo, de alguna forma, y Bukowski, Burroghs, Burgess se volvieron mis interlocutores. Una cosa me llevó a la otra y dentro del catálogo de Anagrama un día me encontré con Houellebecq. A él le debo el favor de hacerme ver que el mundo literario, ni siquiera el de él a quien también por ahí en alguna solapa alguien lo propone como el nuevo Kerouac, y mucho menos el mío, podía acabarse ahí.
En el aula de Narrativa Latinoamericana el maestro despotricaba contra algunos de nosotros, de moralinos, de impresionables. Decía.- Si creen que Pedro Juan Gutiérrez está hardcore espérense a Osvaldo Lamborghini-. Pero yo he leído algunas cosas de Lamborghini y entonces sentía que él sí era un artista.
El nuevo Bukowski… Yo me preguntaba ¿Qué hay de nuevo en Bukowski?

Dice Pedro Juan Gutiérrez:
“(…) Ése es mi oficio: revolcador de mierda. A nadie le gusta. ¿No se tapan la nariz cuando pasa el camión de la basura? ¿No esconden al fondo las cubetas de los desperdicios? ¿No ignoran a los barrenderos en las calles, a los sepultureros, a los limpiadores de fosas? ¿No se asquean cuando escuchan la palabra carroña? Por eso tampoco me sonríen y miran a otro lado cuando me ven. Soy un revolcador de mierda. Y no es que busque algo entre la mierda. Generalmente no encuentro nada. No puedo decirles: “Oh, miren, encontré un brillante entre la mierda, o encontré una buena idea entre la mierda, o encontré algo hermoso.” No es así. Nada busco y nada encuentro. Por tanto, no puedo demostrar que soy un tipo pragmático y socialmente últil. Sólo hago como los niños: cagan y después juegan con su propia mierda, la huelen, se la comen, y se divierten hasta que llega mamá, los saca de la mierda, los baña, los perfuma, y les advierte que eso no se puede hacer.
Eso es todo. No me interesa lo decorativo, ni lo hermoso, ni lo dulce, ni lo delicioso. Por eso siempre he dudado de una escultora que fue mi mujer algún tiempo. Había demasiada paz en sus esculturas para ser buenas. El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia.
Así. Nada de paz y tranquilidad. Quien logra el reposo en equilibrio está demasiado cerca de Dios para ser artista.”

Pedro Juan sabe cómo tiene que ser el arte, pero está tan ocupado en ser un ejemplo de su propia definición que se aleja mucho de ser un artista. Cree que irritado, indecente, violento y grosero es decir verga o culo. Trilogía sucia de la Habana es mimesis sin ritual. No hay más que escasos momentos de representación, de reinterpretación de la realidad. La estética necesita influenciados, no enunciadores.
Me sentí bastante ofendida cuando el maestro pensó que yo era una tipa que se imresionaba al leer esta serie de crónicas sólo por el hecho de las palabras que utiliza o los hechos que cuenta. Me dio un poco de tristeza no poder explicarle a él y a algunos de mis compañeros que lo que me parecía ofensivo en Gutiérrez no era eso, sino el hecho de que lo estuviéramos tratando como un artista. Uno puede entender perfectamente cómo es la anatomía de una vaca y no por ello se vuelve uno automáticamente un médico veterinario. Es más, eso ni siquiera basta para ser un buen carnicero.
Le agradezco a mi maestro por mantenerme en conflicto, ya que al parecer su clase me enloquece cada jueves un poquito más y me da de qué hablar el resto de la semana. Yo creo que un verdadero escritor no está obsesionado con la idea de hacer daño. Si es bueno de a de veras, lo va a hacer, sin duda. Yo no sé cómo tiene que ser el arte ni sé si soy artista o no. Eso lo descubriré con el paso del tiempo o tal vez nunca pertenezca a los pocos elegidos que, no sólo saben de qué se trata el arte, sino que lo ejercen. Lo que me pasó es que Pedro Juan Gutiérrez no me hizo ningún daño. Las vergas no lastiman, por más grandes que sean, si sólo son literales.

lunes, 11 de febrero de 2008

6 de febrero, 2032.

En torno a mí
hay guerra.
Hoy son espasmos de insolencia, barullo.
Una campana pica las rocas y extrae minerales,
mi saliva corre por un cedazo.
La sordidez hinchada de almas toca una fuga,
ellos pujan, hacen fila para beber de un charco seco
y la franqueza me aisla, el púrpura perturba las líneas de ésta bitácora
y dentro de mí, con qué criterio, sucede la guerra también.
No quedará nada.
¿Quién queda entre nosotros para inventar la concordia?
¿Entre mí?
La paz no es de nuestra especie.
Sus hijos mudos, estériles,
convaleciendo de sí mismos.
Quizá deshidratados, bajo los escombros, encuentren mi diario,
mi sangre improductiva, la piel delgada, la cabeza hueca.
Y entonces descubra, me enseñen, quién era yo, quién hubiera sido,
Cómo me encontraría la muerte si estuviera viva.

sábado, 2 de febrero de 2008

Como cobrarle al DIF

La recepción de un lugar completamente desabrido. Sólo hay un escritorio y en él un libro de firmas, un reloj despertador bastante grande y una lata de cuyo fondo está anudado un cordón. El cordón está enmarañado por todo el suelo y su otro extremo sale por una puerta que está junto al escritorio. En la habitación hay un banquito. Al escritorio está una recepcionista. Entra Humberto.

Humberto: Buenos días.

(No recibe respuesta)

Humberto: Hola, buenos días. Venía a ver al licenciado por el asunto de mi trámite de residencia.

Recepcionista: ¿Ya se va?

Humberto: No, disculpe. Vengo a consultar acerca de mi trámite de residencia. Aquí es la oficina de migraciones ¿No es cierto?

Recepcionista: Sí, como dijo que venía, pensé que ya se iba.

Humberto: ¡Ah! No, recién llego. Vengo a lo del trámite.

Recepcionista: Ah, muy bien.

Humberto: ¿Se encuentra el licenciado?

Recepcionista: ¿Qué se le ofrece?

Humberto: Mire: Yo soy ciudadano boliviano y he venido aquí por asuntos laborales. Estoy tramitando mi residencia temporal.

Recepcionista: Ah, muy bien.

Humberto: Y ya hice mi solicitud. Vengo a ver si se me ha autorizado la residencia, qué tengo que hacer, etcétera.

Recepcionista: Ah, muy bien.

Humberto: ¿Cree usted que pueda pasar a ver al licenciado?

Recepcionista: No en este momento.

Humberto: Bueno, entonces lo voy a esperar.

(Busca donde sentarse. Cuando se dirige hacia el banquito se tropieza con el cordón. Se duele. La recepcionista no hace el menor caso. Humberto se sienta)
Recepcionista: Señor, por favor regístrese.

(Humberto se pone de pie otra vez y va hacia el escritorio. Saca una pluma de su bolsillo y escribe algo)

Humberto: ¿Qué hora es?

Recepcionista: No sabría decirle.

Humberto: Es que no tengo reloj.

Recepcionista: (Mostrando las muñecas) Yo tampoco.

Humberto: ¿No está bien ese reloj?

Recepcionista: Está muy bien, gracias.

Humberto: Eh, no. Le digo que si no dice la hora que es ahora.

Recepcionista: Lamento informarle que este reloj no habla, aunque en algunas oficinas ya cuentan con ese tipo de tecnología.

Humberto: ¿Pero no marca la hora? ¿No me permite ver la hora?

Recepcionista: No le puedo prohibir que lo haga. Usted, aunque no es ciudadano, mientras esté dentro del territorio nacional está amparado por las leyes de nuestra constitución y aunque no estoy al tanto de la legislación vigente en su país de origen, aquí siéntase libre de hacer lo que guste.

Humberto: Gracias. (Espía la hora y la dice en voz alta) Las doce y cinco.

Recepcionista: ¿Va a escribir la hora?

Humberto: Sí, aquí donde dice hora de entrada ¿No es cierto?

Recepcionista: Sí ahí, pero no la escriba.

Humberto: ¿No hay necesidad de poner la hora?

Recepcionista: Sí, pero usted no llegó a las doce y cinco. Debe llevar aquí por los menos tres o cuatro minutos.

Humberto: ¿Pongo que llegué a las doce?

Recepcionista: Yo no le puedo indicar que poner señor. Pero ¿Llegó usted a las doce?

Humberto: Más o menos ¿No?

Recepcionista: No sabría decirle.

(Humberto desiste de registrarse)

Humberto: (Señalando la puerta junto al escritorio) ¿Podré pasar a ver al licenciado?

Recepcionista: El licenciado no se encuentra ¿Le puedo ayudar en algo señor?

Humberto: ¿No se encuentra? Ah, chispas. No sé si usted estará al tanto. Sólo quiero saber si mi solicitud fue aprobada.

Recepcionista: ¿La solicitud de qué, perdón?

Humberto: De mi residencia temporal.

Recepcionista: Ah, no sabría decirle.

Humberto: Y no hay alguien más que me pueda atender.

Recepcionista: ¿Cómo quién puede ser?

Humberto: No sé, alguien que sepa.

Recepcionista: A ver, permítame un minuto.

(La mujer toma la lata, sopla dentro un par de veces, se la pone al oído y espera)Recepcionista: No, no hay línea.

Humberto: Uh, bueno. Tal vez sería mejor venir otro día. Gracias por todo señorita.

Recepcionista: De nada, estamos para servirle.

(Humberto va a salir por donde vino y las palabras de la recepcionista lo detienen)
Recepcionista: ¡Señor! (Indicándole la puerta junto al escritorio) Por aquí está la salida.

Humberto: ¡Ah! Disculpe. Con permiso ¿Eh? Que tenga buen día.

Recepcionista: Propio.